El mundo
por dentro
Al fin, de
una calle en otra andaba, siendo infinitas, de tal manera confuso que la
admiración a un no dejaba sentido para el cansancio, cuando, llamado de
voces descompuestas y tirado porfiadamente del manteo, volví la cabeza.
Era un
viejo venerable en sus canas, maltratado, roto por mil partes el vestido
y pisado. No por eso ridículo; antes severo y digno de respeto.
__
¿Quién eres – dije-, que así te confiesas envidioso de mis gustos?
Déjame, que siempre los ancianos aborrecéis en los mozos los placeres y
deleites, no que dejáis de vuestra voluntad, sino que por fuerza os quita
el tiempo. Tú vas, yo vengo; déjame gozar y ver el mundo.
Desmintiendo
sus sentimientos, riéndose dijo:
__ Ni te
estorbo ni te envidio lo que deseo; antes te tengo lástima; ¿Tú, por
ventura, sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una
hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así,
alegre, le dejas pasar, hurtado de la hora que, fugitiva y secreta, te
lleva preciosísimo robo. ¿Quién te ha dicho que lo que ya fue volverá,
cuando lo hayas menester, si lo llamares? Dime, ¿Has visto algunas
pisadas de los días? No, por cierto, que ellos solo vuelven la cabeza a
reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte
y ellos están eslabonados y en una cadena, y que, cuando más caminan los
días que van delante de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte, que
quizá la guardas y es ya llegada, y, según vives, antes será pasada que
creída.
Por
necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir; y
por malo al que vive tan sin miedo de ella como si no la hubiese, que
este la viene a temer cuando la padece, y, embarazado con el temor, ni
halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es solo el que vive
cada día como quien cada día y cada hora puede morir.
__
Eficaces palabras tienes, buen viejo. Traído me has el alma a mí, que me
la llevaban embelesada vanos deseos. ¿Quién eres, de dónde y qué haces
por aquí?
__ Mi
hábito y traje dice que soy hombre de bien y amigo de decir verdades, en
lo roto y poco medrado; y lo peor que tu vida tiene es no haberme visto
la cara hasta ahora. Yo soy el Desengañado. Estos rasgones de la ropa son
de los tirones que dan de mí los que dicen en el mundo que me quieren, y
estos cardenales del rostro, estos golpes y coces me dan, en llegando,
porque vine y porque me vaya. Que en el mundo todos decís que queréis
desengañado, y, en teniéndole, unos os desesperáis, otros maldecís a
quien os le dio, y los más corteses no le creéis. Si tú quieres, hijo,
ver el mundo, ven conmigo, que yo te llevaré a la calle mayor, que es
adonde salen todas las figuras, y allí verás juntos los que por mí van
divididos, sin cansarte. Yo te enseñaré el mundo como es, que tú no
alcanzas a ver sino lo que parece.
__ ¿Y
cómo se llama – dije yo- la calle mayor del mundo donde hemos de ir?
__
Llámase – respondió- Hipocresía. Calle que empieza con el mundo y se
acabará con él, y no hay nadie casi que no tenga, sino una casa, un
cuarto o un aposento en ella, Unos son vecinos y otros paseantes; que hay
muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son.
Francisco de Quevedo. Sueños
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